Diez años atrás, el mayor trabajo que implicaba Cannes era inscribir las piezas, mandarlas a imprimir, montarlas y un par más de cosas engorrosas que sólo requerían coordinadoras, gente de producción y algún que otro creativo voluntarioso.

Hoy, ganar en Cannes es un trabajo que implica muchas horas de gente pensando y produciendo ideas-prototipo para los clientes. Grandes ideas pero desarrolladas fuera de los procesos tradicionales, con tiempos fijados más por el deadline del festival que por un lanzamiento y con mucho de inversión por parte de las agencias. Y no es algo que pase acá, pasa en las mejores familias, agencias y países.

En ese contexto, a Argentina le fue acorde con una realidad en donde no queda mucho tiempo ni plata para regalar. Fueron muchos leones pero muy pocos trabajos.

Y en el medio, un Grand Prix de gráfica, noticia que diez años atrás hubiera parado cualquier rotativa y hoy se la toma como una más en medio del tsunami de leones. ¿Y qué importa para qué país suma los puntos? Es un laburo con ADN argentino, de eso no hay dudas.

Lo que está claro es que más allá de los resultados, todos sabemos cómo es el juego y cómo hay que jugarlo. Podés elegir jugarlo o no, o tenés que jugar porque no podés elegir. Cannes ya eligió su camino y no parece tener vuelta atrás.