Desde la industria del marketing muchas veces se ha abordado a las redes sociales como un canal separado dentro de un plan de medios: con su propio equipo, su propio presupuesto y sus propias métricas. Básicamente, como un área independiente que, muchas veces, tiene menos peso que el resto.
Pero, para el consumidor esa distinción no existe. Para él, todo lo que comunica una marca es parte de una misma experiencia, sin importar el canal. Las redes sociales son parte de un todo.
Esta diferencia entre cómo operamos y cómo nos percibe la audiencia obliga a replantear la estructura misma del marketing. Ya no alcanza con integrar redes al final de una campaña, se necesita rediseñar desde el origen.
Frente a este cambio de paradigma, en SAMY desarrollamos hace años un enfoque social-first. Este no se trata de adaptar campañas a redes, sino de diseñarlas directamente desde social para social, pensándolas no como un soporte sino como un ecosistema completo.
Porque hoy, crecer en social no es solo publicar más para crecer en publicaciones o engagement. Es integrar talento, datos, contenido, comunidad y commerce en una narrativa coherente y medible, donde cada punto de contacto cuenta. El resultado: campañas más coherentes, más rápidas, medibles… y mucho más efectivas.
En el enfoque social-first, la ejecución es tan estratégica como la idea. Hablamos de briefs construidos según el funnel, no según el canal. De contenidos con propósito —ya sea emocionar, informar, convertir o fidelizar—. De campañas vivas, pensadas como sistemas que respiran y evolucionan. De métricas alineadas al negocio, porque en un entorno donde todo es medible, no se trata de medir más, sino de medir lo que importa. Y de pensar el Social Commerce como una experiencia nativa, no como un enlace externo de la campaña.
Muchas de las marcas con las que trabajamos han entendido que el verdadero impacto en social no se logra operando en silos. Este modelo nos ha llevado a transformar grandes proyectos, como el rediseño de estrategias regionales bajo un enfoque más unificado y conectado. En uno de estos casos, por ejemplo, la propuesta fue dejar atrás una estructura fragmentada —donde cada disciplina trabajaba de forma aislada— para diseñar un sistema integrado que conecta datos, contenido, talento e influencia en una sola narrativa.
Esta apuesta no solo requiere visión, sino también una reorganización profunda de procesos, equipos y dinámicas de trabajo. Lo más valioso ha sido ver acompañar a estas marcas en el reconocimiento del poder transformador del enfoque social-first.
Las tendencias que marcan la agenda del 2025 —como el auge del social commerce, la IA aplicada a contenido y análisis, o el crecimiento de comunidades cerradas como espacios de fidelización— ya no son opcionales. Lo que antes era experimental, hoy es estructural, y por ello se deben integrar desde la planificación y no como un complemento de campaña.
Frente a este nuevo panorama, el rol del social media manager también cambia; ya no es solo un gestor de publicaciones, sino quien diseña el sistema completo. Un perfil que traduce datos en decisiones, entiende a la audiencia en tiempo real y orquesta contenido, pauta, comunidad y conversión con mirada sistémica.
Para las marcas que buscan no solo “estar” en redes, sino realmente escalar con impacto, el desafío es claro: dejar de pensar en social como un canal de visibilidad y empezar a verlo como el entorno donde todo sucede. En social hoy se descubre, se compara, se elige, se compra y se recomienda. Y quienes logren dominar esa lógica de forma sistémica, no sólo serán relevantes: serán indispensables.
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