“Signo es cualquier cosa que pueda considerarse como substituto significante de cualquier otra cosa”, exponía Umberto Eco en su “Tratado de Semiótica General” (1975). Pero para él no habrá reemplazo, no habrá otro igual, no habrá otro “El nombre de la rosa” (1980) ni “Apocalípticos e Integrados” (1964) o“Boudolino” (2000). La pregunta que surge es por qué, a pesar de haber nacido en Italia y no haberse ido jamás de ahí, lo consideramos un escritor latino.
Quizás por su fascinación con Jorge Luis Borges y por haberle dedicado un personaje –el sacerdote ciego- en “El nombre de la rosa”, cuyo nombre era Jorge de Burgos. Quizás porque cuando llegó “Ficciones” a Europa, no dejó de leerlo ni una sola noche, y tampoco dejó de compartirlo con sus amigos más cercanos. Incluso en su libro “La lengua perfecta” (1994) menciona al escritor argentino en, al menos, tres ocasiones. “Borges era extraordinario porque leía tres líneas sobre un argumento y luego inventaba lo que en realidad había sucedido”, confesó en una entrevista que dio a “Hora Clave” en 1994.
Quizás sea por la utilización, a veces hasta el cansancio, de textos como “La estructura ausente” (1968) en las carreras de comunicación de Latinoamérica, especialmente en Argentina. Incluso había visitado la ex sede de la Facultad de Ciencias Sociales ubicada en la calle Ramos Mejía y, en ese contexto, había despejado algunas dudas: “La dificultad de definición surge ante los objetos desconocidos. Es fácil estudiar al Imperio romano, porque todos tenemos una noción al respecto, pero cuestiones como las comunicaciones de masas son dinámicas que se modifican a diario”.
Pero en un sentido más explícito, y en el marco de una entrevista que había dado a La Nación hace tres años , confesó sentir una cercanía con Argentina, por ser “el único país verdaderamente europeo del nuevo continente”. Aquello que más resaltó de los argentinos es su interés sobre la problemática del ser, sobre la que debaten a la medianoche, después de media botella de whisky.
Y a pesar de haber tratado debates históricos en sus escritos, también analizaba temáticas coyunturales. El año pasado, cuando recibió el Doctorado Honoris Causa por la Universidad de Turín, había criticado a las redes sociales, ya que le dan el derecho a hablar a legiones de imbéciles que solo hablan en los bares después de una copa de vino. “Ellos eran silenciados, pero ahora tienen el mismo derecho que alguien que ganó un Premio Nobel.
Así era Eco, un pensador italiano crítico de la comunicación y de todas sus vertientes. Amante de Borges, creador de novelas que no solo fueron adaptadas en multiplicidad de idiomas sino que también fueron llevadas al cine, como pasó con “El nombre de la rosa” y el film de 1986 dirigido por Jean-Jacques Annaud. No habrá un signo que reemplace a Eco, pero al menos nos quedarán sus obras.