Enrique González, otro gran publicitario, lo recordó expresando que “se ha ido el entrañable maestro a ese Más-Allá-de-todo-cuanto-nos-es-dado-conocer, a conquistar el sosiego que en vida siempre mantuvo a distancia, y los publicitarios estamos de luto, sepámoslo o no, porque todos, mayores y jóvenes, le debemos algo: el entusiasmo con el que se abrazó a la tarea de crear, y lo mucho que elevó el listón respecto a lo que una marca o un proyecto con cara y ojos podían hacer y decir de sí mismos”.
Leopoldo Pomés fue un talentoso fotógrafo, director de cine, restaurador, poeta y un profesional sumamente dedicado a la publicidad, haciendo parte a los anuncios en los recuentos de su magna y pluridisciplinar obra, algo que tiene gran relevancia “en un tiempo en que hasta los quehaceres más maduros buscan con ahínco rebautizarse o cubrirse con otros mantos”.
Leopoldo Pomés llevaba adelante numerosas actividades con un dinamismo único, amando la vida y contagiando ese amor. Le deja a todos los que lo quisieron un legado soberbio, demostrado en las exposiciones de sus obras.
Buscador inquieto, su buen humor envuelto en una pícara causticidad no ha dejado de aflorar hasta el último momento. Véase sin ir más lejos una certeza clave, conquistada con alborozo y lista para compartir: ese amor por la vida que tanto le caracterizó nos conduce al burbujeante título de sus recientes memorias: “No era pecado”. A eso se le llama saber sintetizar.
Descanse en paz el maestro y el amigo.