El Gran Premio de México una vez más encendió la pasión de los aficionados y las oportunidades para las marcas. Consolidado como uno de los acontecimientos deportivos más relevantes a nivel global, el evento celebró en 2025 el décimo aniversario de su regreso a la Ciudad de México, del 24 al 26 de octubre, con un derrame económica estimado de hasta 21,000 millones de pesos y más de 400,000 asistentes en tres días, de acuerdo con el análisis “F1: Guía de Rebase para las Marcas”, elaborado por dentsu México.

“La Fórmula 1 en México no solo corre en el autódromo. Corre en la calle, en las redes y en los estilos de vida. Y las marcas que entienden eso, rebasan a las demás”, señaló el reporte.

Sergio "Checo" Pérez, quien fue recientemente anunciado como miembro del equipo Cadillac, continuó en la Fórmula 1, afianzando su legado como una figura mediática y emocional importante. Para las marcas, su figura siguió siendo un enlace entre el orgullo nacional y la narrativa internacional del automovilismo, permitiéndoles convertir al piloto de ídolo en pista a leyenda cultural mexicana.

El atractivo trascendió el deporte. Según el análisis de dentsu, el Gran Premio se volvió una experiencia cultural singular, denominada "F1ESTA", en la que la velocidad se fusionó con la gastronomía, la música y la moda en el contexto del Día de Muertos. En 2024, el hashtag #F1MexicoGP fue el más popular y la conversación en línea produjo más de 168 mil menciones en redes, con TikTok e Instagram como principales plataformas de interacción.

“El Gran Premio funciona como catalizador porque concentra en un solo fin de semana todo aquello que mueve a la cultura contemporánea: velocidad, orgullo nacional y conexión digital. Es un punto de convergencia donde las marcas pueden probar su capacidad para integrarse de forma auténtica en las conversaciones culturales, trascendiendo la pista para convertirse en parte de la memoria colectiva”, señaló Natalia Vanegas, Lead Strategy Director.

La realidad fue que la Fórmula 1 dejó de ser una disciplina de nicho para convertirse en un espectáculo que fusionó lujo, entretenimiento, moda y tecnología. Este cambio posibilitó la creación de un ecosistema omnicanal que combinó experiencias satelitales, redes sociales y canales tradicionales, estableciéndose como un entorno de gran importancia simbólica.

El público fue variado y aspiracional: jóvenes entre 18 y 45 años, interesados en el lujo, la innovación y el estilo de vida. Muchos no solo adquirieron un billete, sino también estatus. Esto generó dos escenarios de engagement: por un lado, la audiencia premium que asistió a los eventos en persona; y, por el otro, la comunidad digital masiva que experimentó las carreras desde fuera del autódromo.

Marcas como Heineken demostraron que, además de los patrocinios oficiales, la clave estuvo en complementar con activaciones inesperadas, narrativas culturales y experiencias inmersivas. Estas iniciativas lograron posicionarlas en la memoria de los aficionados, evidenciando que el verdadero diferencial surge al invertir en creatividad y en la forma de conectar con las personas.

Acelerar con inteligencia cultural no solo dio visibilidad, también generó significado. El Gran Premio de México fue mucho más que una carrera: fue un punto de encuentro donde se cruzaron aspiración y comunidad. En esa pista hubo espacio para todos, desde quienes patrocinaron una escudería hasta quienes armaron una viewing party con una buena historia detrás. Porque al final, no ganó la marca que más gastó, sino la que logró integrarse de forma auténtica en la cultura.

“Lo que pasa en la pista emociona, pero lo que pasa fuera de ella construye marca”, apuntó el análisis de dentsu México. Para el país, esa combinación convirtió al Gran Premio en algo más que un espectáculo deportivo: en un fenómeno cultural y de marketing que reafirmó a México como hub estratégico en la industria global del deporte y el entretenimiento.