Durante milenios, la humanidad avanzó cada vez que una herramienta nos obligó a dejar de ser lo que éramos para poder ser algo más.
La rueda nos volvió móviles.
El fuego, poderosos.
La escritura, memoriosos.
La imprenta, iguales.
La industrialización, productivos.
Internet, omnipresentes.
Y ahora la inteligencia artificial llega no como una herramienta, sino como un nuevo tipo de mente: silenciosa, incansable, lógica, conectada. Un espejo que no juzga, pero tampoco miente. Muchos le temen porque creen que viene a quitarnos el trabajo, pero la verdad es más incómoda y más fascinante: la IA no nos va a quitar el trabajo — nos lo va a duplicar.
Tendremos que pensar para dos. Para el humano… y para la máquina.
El hogar donde la vida se decide sin que lo decidamos: el próximo gran salto no será visible. No tendrá forma de invento heroico ni de anuncio histórico. Será un algoritmo invisible que vive en la casa: respira datos, aprende rutinas, interpreta emociones, anticipa necesidades.
- Sabrá dónde duelen tus pies.
- Sabrá qué alimentos te inflaman, aunque tú insistas en ignorarlo.
- Sabrá cuándo estás triste antes de que tu familia lo note.
- Sabrá qué productos te hacen bien y cuáles te arruinan la piel.
- Sabrá qué compras son impulso y cuáles son necesidad.
- Sabrá cuándo una olla peligra y cuándo la planta pide agua.
- Sabrá si dormiste mal, por qué dormiste mal… y cómo intenta evitarlo mañana.
Será el único habitante del hogar que no improvisa. Y esa exactitud — esa ausencia total de capricho — lo convertirá en una nueva forma de autoridad silenciosa.
Las microdecisiones, el nuevo campo de batalla: la humanidad siempre pensó que las grandes decisiones eran las importantes. Pero son las pequeñas las que moldean la vida, qué compras, qué comes, qué tiras, qué repites, qué ignoras.
La máquina será dueña de ese territorio. Y ahí empieza el trabajo adicional para nosotros. Cada marca, cada producto, cada historia deberá emocionar a un humano impredecible y al mismo tiempo convencer a una máquina que no se conmueve con nada.
La doble guerra: el consumidor ahora son dos, el sistema autónomo dividirá lo que siempre fue uno.
1- El humano, ese milagro contradictorio capaz de enamorarse de un comercial por un solo acorde.
2- La máquina, ese nuevo evaluador que no siente nada, pero lo entiende todo.
La IA no nos quita el trabajo. Nos obliga a tener dos trabajos simultáneos:
- hablarle al corazón humano
- y hablarle al algoritmo que decide por ese humano.
Al creativo de hoy no lo reemplaza la IA, lo expande, le exige una segunda capa mental, un segundo idioma, un segundo oficio. El trabajo no desaparece, se duplica.
Latinoamérica, donde este choque será más fuerte: Latinoamérica es emocional hasta la médula: compramos por intuición, por humor, por nostalgia, por antojo, por ganas. Somos una fiesta sensorial intentando sobrevivir a un Excel, pero también somos una región donde cada peso pesa, donde cada error duele, donde cada minuto se estira.
Por eso aquí la tensión será más dramática: querremos sentir, pero necesitaremos optimizar. La IA no apagará nuestra emocionalidad, la enmarcará, la complementará, la desafiará. Y nuestro trabajo será traducir esa belleza desordenada del alma latina al lenguaje frío de la máquina.
Ser la app preinstalada. las marcas ya no competirán por la mirada humana, competirán por algo más silencioso: ser parte del sistema operativo del hogar. Como las apps preinstaladas de un iPhone.
El robot traerá consigo marcas pre-validadas:
- la leche que cuida,
- el detergente que no irrita,
- el snack que no engaña,
- el seguro que no falla.
Ese es el nuevo territorio de batalla: ser elegible por el humano y por la máquina que filtra al humano.
Otra vez: el trabajo no se reduce. Se multiplica.
Ahora una reflexión personal, y aquí hablo yo, no el creativo, no el estratega que intenta sonar inteligente, he pasado 20 años en agencias de modelo tradicional, en salas de juntas llenas de post-its, en pitches épicos, en madrugadas interminables haciendo piezas para humanos, y hoy estoy convencido de algo que nunca pensé decir: nuestro oficio acaba de partirse en dos.
No lo digo con miedo. Lo digo con una certeza tranquila, la IA no es una ola que hay que esquivar. Es el mar entero cambiando de dirección, y Siete Tías es mi primer acto consciente de dejar de huirle a ese cambio. No es un negocio. No es un proyecto. No es un experimento, es una declaración personal: quiero participar del cambio, no verlo desde la orilla.
Alguien tenía que saltar primero. Alguien tenía que aceptar que el vacío también es un camino. Nosotros decidimos dar ese salto.
Si algo define este nuevo mundo no es la inteligencia de las máquinas, sino la persistencia —gloriosa, torpe, luminosa— de la estupidez humana. La tecnología hará el cálculo, la estupidez humana seguirá haciendo las preguntas.
Una será lógica pura. La otra será caos perfecto.
Y entre esas dos fuerzas, entre el robot que decide y el humano que siente, se abrirá un espacio nuevo: el trabajo más desafiante y hermoso que ha tenido la creatividad en su historia.
Porque convencer a un humano nunca fue fácil. Convencer a una máquina tampoco lo será. Pero convencer a los dos, al mismo tiempo, en la misma casa...eso será nuestra nueva ocupación.
Y lejos de quitarnos el trabajo, la IA acaba de darnos dos.
Larga vida a Siete Tías y nuestro mantra, “Cuando la tecnología y la estupidez humana se juntan, nace mejor creatividad”