Mi ignorancia en materia de fútbol y mi pereza para investigar acerca del tema como consecuencia de ello, me llevan a escribir lo siguiente a modo de un pequeño relato de ficción: Está Diego Armando Maradona casi en la mitad de la cancha, con el balón en sus pies, sin saber que dentro de unos cuantos segundos anotará uno de los goles más memorables del fútbol mundial. Emprende su carrera por la banda derecha evadiendo un primer intento de un jugador rival por arrebatarle el balón, continúa trepidante y con cada rival que esquiva los corazones de miles de aficionados empiezan a latir con más fuerza. Finalmente, habiendo dejado a más de 5 jugadores atrás y a millones de espectadores al borde de un infarto, define majestuosamente ubicando el balón al fondo de la red.
Sin saber si describí acertadamente la jugada, puedo afirmar con seguridad que la mayoría sabe a qué jugada me refiero y que todos entienden la emoción que un evento de dicha naturaleza genera en los corazones de todas las personas. Esto mismo es lo que sentimos una pequeñísima porción de la población cuando presenciamos algo que para la inmensa mayoría suele perderse entre el paisaje y el ruido del diario vivir. A esto podría llamársele “la placentera e incomprendida pasión por las buenas ideas”.
Situémonos en un escenario común y corriente en compañía de amigos o familiares y hagamos de cuenta que estamos mostrándoles una campaña brillante, de esas que no podemos ver y seguir con nuestra vida sino que tenemos que compartir con alguien o de lo contrario podríamos explotar con facilidad. El video acaba de terminar y nosotros nos damos la vuelta con una sonrisa de oreja a oreja buscando encontrar en nuestra audiencia la misma sonrisa, pero en cambio descubrimos que nos miran sonriendo tímidamente y asintiendo con la cabeza de la misma manera que solemos hacer cuando un niño de cinco años nos muestra emocionado que puede hacer una patada mortal.
No es que no hayan entendido la idea, la entendieron de pies a cabeza. Lo que sucede es que nosotros acabamos de ver el gol de Maradona y ellos la patada mortal del niño de cinco años. O bueno, quizás sí vieron un gol pero no el de Maradona. Esto no quiere decir que nuestra audiencia sea menos astuta, ni más faltaba, es a ellos a quienes le debemos el origen de lo que hacemos a diario. Esto es más un síntoma de una extraña emoción que nos invade y nos deja pataleando en el aire.
Situaciones así han ocurrido en la vida de todos los que hacemos parte de esta pequeña minoría, una minoría que a mi modo de ver ha sido favorecida con una sensibilidad particular para cuando se está frente a frente con destellos de genialidad pura. Y es que eso es lo que presenciamos cuando vemos una buena idea, estamos en contacto directo con pedacitos de cielo que, muy a nuestro pesar, nosotros mismos hubiéramos podido alcanzar pero no llegamos a ver a tiempo, y esto mismo forma parte de la emoción.
Las buenas ideas nos erizan la piel, nos abren los ojos, nos permiten ver las cosas de siempre como nunca las habíamos visto y nos hacen admirar a personas que no conocemos. Eso, en pocas palabras, es la placentera e incomprendida pasión por las buenas ideas, y aunque quizás entre todos todavía no alcancemos a llenar el Maracaná, hoy me atrevería a decir que tenemos una de las pasiones más maravillosas del mundo.